martes, septiembre 04, 2007

Proteger el clima tiene prioridad


Angela Merkel es física y sabe qué es la eficiencia. Por ejemplo cuando se trata de la luz. En su piso de Berlín no hay bombillas eléctricas normales. La canciller federal sólo utiliza bombillas de bajo consumo. La razón: la bombilla tradicional, cuyo principio de funcionamiento ha sido casi igual desde que la inventara Thomas Alva Edison, calienta más de lo que ilumina. Ello significa: es altamente ineficiente. Sólo el cinco por ciento de la energía utilizada es transformada en luz, el 95 por ciento se pierde.

Angela Merkel había sido ministra de Medio Ambiente en 1997, justamente cuando en Kyoto, Japón, se aprobó el primer protocolo mundial de protección del clima, en el que los países industrializados se comprometieron a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. En una entrevista, la canciller explicó a los periodistas qué beneficios para el clima traería que todos los ciudadanos utilizaran bombillas de bajo consumo, las cuales, dando la misma luz consumen sólo el 20 por ciento de la energía que necesita una bombilla eléctrica tradicional: “ello ahorraría 6,5 millones toneladas de emisiones de CO2.” Eso es más de lo que generarían muchas caras medidas de protección del clima. Además todos saldrían ganando: no sólo el clima, sino también los ciudadanos, porque gastarían menos en corriente eléctrica.

Una política energética integral de protección del clima no es tan sencilla como enroscar una bombilla. No obstante, Alemania ha asumido como pocos otros países industrializados el desafío de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Alemania fue uno de los primeros países en crear, a inicios de los años 90, una hoja de ruta nacional para la reducción de las emisiones de anhídrido carbónico. El Bundestag (Parlamento federal) aprobó entonces reducir hasta 2005 en un 25 por ciento la carga de CO2 generada por la industria, los hogares y el tránsito, en comparación con las cifras de 1990. Ello fue una señal que coadyuvó decisivamente al éxito de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en la que más de 150 Estados aprobaron la Convención Mundial sobre el Clima.

En el ínterin, el acuerdo de Kyoto regula la protección global del clima. El Protocolo de Kyoto entró en vigor en 2005 y es vinculante internacionalmente. Según el Protocolo, Alemania debe reducir las emisiones de seis gases de efecto invernadero (además de CO2 también gases como el metano y el óxido nitroso) en un 21 por ciento hasta el 2012. El país ya se acerca a esa meta. En el 2006 ya había alcanzado una reducción del 18 por ciento. Sólo Gran Bretaña y Luxemburgo han logrado avances similares entre los países industrializados occidentales. No obstante, el Gobierno alemán quiere –y debe– revisar su política climática, porque la mayor parte de la reducción de CO2 tuvo lugar en los años 90, como consecuencia sobre todo del colapso de la industria de la RDA, muy ineficiente y que emitía grandes volúmenes de CO2. Desde 1999 las emisiones de gases de invernadero se mantienen prácticamente constantes. En el 2006 se registró incluso un aumento de la carga de CO2 de un 0,5 por ciento, como consecuencia, entre otras cosas, del crecimiento económico.

Por ello son necesarios renovados esfuerzos, en todo el mundo. La urgencia del asunto quedó clara a comienzos de año, cuando el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas presentó su nuevo estudio sobre el desarrollo del clima mundial hasta el 2100. Lo principal: el calentamiento puede alcanzar hasta unos seis grados –más de la diferencia entre una era glacial y una era templada–; aumento del nivel del mar de hasta 60 centímetros, con cientos de millones de seres humanos amenazados en deltas de ríos del sudeste de Asia; más fenómenos atmosféricos extremos (huracanes, inundaciones y sequías); desaparición de los glaciares de montaña y propagación de enfermedades infecciosas, como la malaria. Si bien el actual informe sólo confirma los pronósticos ya realizados por el IPCC en 2001, dos elementos son nuevos. Primero: ya prácticamente no existen dudas de que el cambio climático está en pleno avance. Y segundo: la opinión pública se halla tan sensibilizada a través de fenómenos meteorológicos extremos como las “inundaciones del siglo” y las olas de calor, que las advertencias son fructíferas. De pronto no sólo los ciudadanos discuten acerca de la necesidad de utilizar bombillas de bajo consumo, sino que también los políticos parecen haber reconocido la seriedad de la situación.

Ello ha tenido importantes consecuencias. Europa pasó a la vanguardia. Bajo la presidencia alemana de la Comisión de la UE, la Unión Europea aprobó importantes medidas en la lucha contra el cambio climático. La cumbre de la UE en marzo 2007 fijó un nuevo objetivo de protección del clima hasta el 2020. Hasta ese año, los 27 países miembros de la UE deben reducir juntos sus emisiones de CO2 en un 20 por ciento en relación con 1990. La UE planea incluso aumentar la reducción a un 30 por ciento si otros países industrializados, como por ejemplo Estados Unidos, Australia y Japón, también se fijan ambiciosas metas. Para lograr los objetivos se aspira a mejorar en un 20 por ciento la eficiencia energética y aumentar la participación de las energías renovables también en un 20 por ciento. La fórmula de la UE, de fácil memorización, reza: “tres veces 20”.

Si bien no se definió aún cómo se repartirán las reducciones de CO2 entre los diferentes países de la UE, está claro que Alemania, como mayor país de la Unión, debe tener esta vez un papel líder, como ya lo hizo en el “reparto de cargas” definido en el primer Protocolo de Kyoto. El objetivo para el 2012, con el que se comprometió la UE en 1997 –una reducción de las emisiones de CO2 de un ocho por ciento– puede alcanzarse sólo si Alemania cumple con su meta nacional. Alemania asumió sola tres cuartas partes de la reducción total de la UE. A países como España y Grecia, aún con necesidades de desarrollo– les fue permitido incluso un aumento de las emisiones de CO2. Alemania cumplirá con lo prometido. El Gobierno federal planea una reducción del 40 por ciento de las emisiones de CO2 hasta el 2020. Ello significa que las emisiones actuales de 880 millones de toneladas por año deben reducirse en unos 270 millones. Ese objetivo sólo puede alcanzarse con medidas en todas las áreas: desde centrales eléctricas más eficientes, pasando por el aislamiento térmico de los edificios y el fomento de las energías renovables hasta automóviles de bajo consumo, una disminución del consumo de electricidad y calefacciones ecológicas. Además el Gobierno alemán planea crear aún en 2007 un nuevo programa de protección del clima. Para su puesta en práctica se necesitan hasta 2010 fondos presupuestarios complementarios de 3.000 millones de euros.

Un factor decisivo es también que continúen los éxitos del sector de energías renovables de Alemania. La Ley de Energías Renovables, que entró en vigor en el año 2000 (véase recuadro), generó un auge inaudito de esas tecnologías. Ya hoy un doce por ciento de la corriente eléctrica consumida en Alemania proviene de las energías eólica, solar, hidráulica y otras. El Gobierno federal planea ahora una regulación similar para el sector de energía para calefacción.

Que el clima no se puede proteger gratis y sin un cambio de conducta, parece claro. Pero a más tardar desde la publicación del “Informe Stern” , el informe del ex economista jefe del Banco Mundial sobre las consecuencias financieras y económicas del cambio climático, también es evidente que no hacer nada, o hacer poco, es mucho más caro.


Joachim Wille
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El cambio climático como oportunidad


Hace pocos días, un alto gerente de una gran empresa de energía removió cielo y tierra para poder entrevistarse conmigo en un aeropuerto. Quería hablar de biocombustibles y saber qué podían hacer la ONU, o más exactamente el PNUMA, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, por él y por su producto. Hasta hace poco, tan solo el hecho de que una multinacional energética llamara a la puerta de un organismo internacional hubiera dado lugar a sospechas. Hasta ahora, la globalización se entendía como un fenómeno sin orden, en el que el mercado establece las reglas. Por eso sorprenden los cambios producidos en los últimos meses: el sector privado empieza a aceptar el concepto de la sostenibilidad en el mercado global. Una causa de ello es, seguramente, el desafío global de nuestro tiempo. Pero la tendencia de las empresas a buscar el contacto con la comunidad de naciones no es sólo altruismo, sino que obedece a una simple necesidad: para que muchas soluciones técnicas se puedan imponer en el mercado se necesitan normas internacionales. Y esas normas sólo pueden fijarse en un sistema multilateral.
Aparte de las consecuencias directas para el medio ambiente, el cambio climático tiene otros efectos notables. Gracias a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el Protocolo de Kyoto, disponemos de un Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), que ha hecho surgir un mercado mundial de energías limpias. Según estimaciones, el MDL y el comercio de CO2 podrían generar una corriente de inversiones del norte al sur del planeta de 100.000 millones de dólares. Esto no es precisamente el tipo de globalización que suscitó protestas callejeras en Seattle, sino una nueva forma de globalización, más inteligente y activa, aunque sea sólo el inicio.

La cooperación global tiene lugar de formas muy diferentes. Como “catalizador de intereses” permite la colaboración de muchos socios. En 2007 y 2008 se verá si las esperanzas puestas en una nueva era de la cooperación internacional son justificadas o no. El último informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC) ha calculado los costos de la estabilización de la atmósfera. Un adecuado valor de referencia es el 0,1 por ciento del PIB anual mundial hasta 2030. Es un precio bajo, que se deberá pagar económica y sobre todo políticamente. Creo firmemente que en las próximas conferencias de la ONU en Bali, a principios de diciembre de 2007, y en Copenhague en 2008, alcanzaremos un segundo Tratado de Kyoto, que nos colocará en la senda correcta.

El cambio climático ofrece también una oportunidad para abordar otros temas: por ejemplo los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Es evidente que la lucha contra los efectos del cambio climático sirve al logro de algunos de esos objetivos, por ejemplo el abastecimiento mundial de agua potable. Pero también tiene relación con la construcción y el desarrollo de eficaces sistemas de alcantarillado, porque un deficiente tratamiento de residuos genera emisiones de gas metano, uno de los causantes del efecto invernadero. Mejorando los sistemas de alcantarillado se podría retener el metano producido y utilizarlo como combustible. Es sólo un ejemplo de muchos. El cambio climático afecta también el mercado laboral: muchos nuevos puestos surgirán, y no sólo en los países industrializados. La empresa Long Yuan, de China, es hoy uno de los más grandes operadores de energía eólica y Suzlon, de India, uno de los cinco primeros fabricantes de instalaciones de energía eólica.

El cambio climático forja la esperanza de que sea posible una cooperación internacional también entre empresas e incluso gobiernos. El principio multilateral no sólo sobrevive sino que está en auge. Si más de 190 naciones cooperan en la protección del clima, eso podría crear entre el Norte y el Sur la confianza mutua necesaria para abordar otros difíciles temas globales, como la regulación internacional de justo acceso a recursos genéticos y la trabada Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio.


Achim Steiner es desde 2006 director ejecutivo del PNUMA subsecretario general de la ONU. Este alemán nacido en 1961 estudió filosofía, política y economía en Oxford.

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